Las piernas tiemblan. Las manos duelen. Sientes sudor frío bajando por tu espalda. Te ves al espejo un par de segundos y luego volteas al piso por tercera o cuarta vez. Ahí esta, esperandote. Esa larga barra de 45 libras con discos a los lados que le suman 60 o 70 extras. Solo queda respirar profundo, levantarla, y meterte debajo de ella lo más rápido y controlado posible.
Si intentas hacerlo demasiado rápido fácilmente puedes perder el balance. Pero si lo haces demasiado lento nunca lograrás separarla del suelo. Se trata de un delicado equilibrio entre control y explosividad. Una delgada línea entre fuerza y estupidez pura. Como con todo en la vida, aveces, no debes que pensarlo demasiado y confiar en que puedes lograrlo. Aventarte e intentarlo aunque nunca lo hayas hecho antes. Al final, si te quedas pensándolo, tampoco va a suceder.
«Un gran poder conlleva una gran responsabilidad» – Tío Ben.
Lo que nunca nos dijeron es que una gran responsabilidad otorga un gran poder. Es solo cuando tomamos responsabilidad sobre nosotros mismos y sobre lo que nos sucede que podemos empoderarnos y comenzar a realizar cambios importantes en la dirección que queremos ir. Si es mi responsabilidad, también es mi derecho.
Tomar responsabilidad de nosotros y de las cosas sobre las que tenemos poder, que no son muchas, implica reclamar el derecho a decidir sobre ello. Y también la obligación de aceptar y lidiar con las consecuencias. Es por eso que mientras más responsabilidad más poder adquirimos, y también por eso que la mayoría prefiere no tomar grandes responsabilidades. Sin embargo, sólo a través de tomar responsabilidades cada vez mayores que podemos obtener cada vez mayor libertad. Libertad de decidir.
Muchas veces, al querer aprender algo, lo primero que cruza la mente es investigar sobre el tema. Leer, ver videos, buscar recomendaciones, cientos de tips y artículos sobre cómo empezar y cuál es la forma más productiva de hacerlo. Pero, en algún momento, no queda otra opción más que hacer.
Y la realidad es que esa es la única forma de aprenderlo. No importa cuantos tutoriales veas o cuantos artículos leas a la semana. Al final, lo único que importa es hacer. Hacer y equivocarse. Hacer y no ser lo suficientemente bueno al principio. Hacer y aprender sobre la marcha. Porque a programar, como en muchas otras cosas, sólo puedes aprender escribiendo código y resolviendo la enorme cantidad de errores que aparecerán cada vez que intentes correr el programa que estás creando.
La teoria, sin practica, muchas veces es solo un buen tema de conversación.
Las condiciones nunca van a ser ideales. Siempre va a haber un pretexto, algo que falta, algo más que preparar o que mejorar antes de tomar acción. Nuestra mente siempre va a protegernos, a generar esa sensación de ansiedad al pensar en hacer cosas desconocidas.
Pero la realidad es que no hay peligro. No hay peligro más allá de lo que se imagina tu cerebro y de los millones de escenarios fatalistas y poco probables que construyes en tu cabeza. No hay peligro, pero siempre habrá un motivo para esperar y posponer eso que supuestamente es tan importante.
La única forma de sobrepasarlo es avanzar, olvidarte del perfeccionismo y del miedo a fallar. La única forma de que las condiciones sean perfectas es haciendo las cosas aunque no lo sean y darte cuenta en el camino que las condiciones son suficientes. Y al final, a pesar de que algunas veces las condiciones ni siquiera sean suficientes, descubrirás que puedes cambiarlas en el camino para hacer que lo sean.
Los grandes retos como correr un maratón, conquistar una montaña o conocer todos los países siempre se ven como la meta final. Si solo pudieras lograr eso que tienes en mente te sentirías realizado. Cuando lo logres, todo el esfuerzo habrá valido la pena.
¿Y después? ¿Qué pasa después de ese maratón, de esa montaña o de ese último país en la lista?
La realidad es que no hay una Meta Final. Siempre hay, debe haber, más. Sin importar lo imposible que haya parecido y el esfuerzo que haya tomado, lo que sigue tiene que ser aún más grande y parecer aún más imposible.
Porque las metas logradas se convierten en recuerdos y no trascienden si no las utilizamos como plataforma para plantearnos y lograr lo que sigue. Porque las metas no son estrellas, únicas e individuales, sino eslabones de una cadena que se vuelve más fuerte y más valiosa mientras más larga sea.
Hay ocasiones que, después de haber hecho algo por primera vez, sentimos que es sencillo o que fue más fácil de lo que esperábamos. Hay ocasiones que lograrlo la primera vez hace que perdamos el nervio y el miedo de hacerlo más veces.
De eso se trata crecer y mejorar, ¿no? De intentar cosas que nunca habíamos hecho y convertirlas en cosas que nos sentimos seguros haciendo. De volver los nervios y la incomodidad en seguridad. Pero esa seguridad nunca debe de ser excesiva porque, cuando lo es y damos por hecho que algo es sencillo, podemos llegar a omitir que algo cambió o que nuestras condiciones no son las mismas.
La seguridad extrema se convierte en un riesgo que no nos deja pensar claramente y que nos hace creer que lo que funcionó una vez va a funcionar siempre. Aunque siempre no sea igual a esa primera vez.
Desde chicos nos enseñaron a prepararnos. Más bien, a tener tiempo para prepararnos. Y esto sigue pasando dentro de nuestros trabajos del día a día, en cada oficina y empresa del mundo.
Si teníamos un examen, normalmente nos decían de qué se trataría y había tiempo para estudiar y repasar notas. Era un 10 asegurado dedicando el tiempo necesario antes de la prueba. Si tienes que entregar un documento o cualquier otra cosa en tu trabajo, normalmente cuentas con algunos días para prepararlo y modificarlo de acuerdo a lo que te pidieron antes de la fecha límite. Pero la vida real no es así.
Las cosas, los eventos y las emergencias suceden sin avisarnos y sin un alcance predefinido. Tenemos que reaccionar y solucionarlo en ese momento. No hay tiempo para prepararse. Al menos no del todo.
Imagina que tienes una emergencia y ahora debes de pagar la cuenta del hospital. Nadie te va a decir: «Son $100,000 pesos, júntalos y en un mes los pagas». Debes de haberte preparado lo mejor posible a ciegas, solo imaginando ese escenario o cualquier otro. Y debes de solucionarlo con los recursos que tienes en ese momento, de la mejor manera posible.
De eso se trata poder desempeñarte a demanda. De estar preparado siempre. De estar listo para la vida real en cualquier momento.
Si te sirve de algo, nunca es demasiado tarde o demasiado pronto para ser quien sea que quieras ser. No hay límite de tiempo, empieza o detente cuando sea que quieras. Puedes cambiar o permanecer igual, no hay normas sobre esto. Podemos hacer lo mejor o lo peor de ello. Espero que tú hagas lo mejor de ello.
Espero que veas cosas que te sorprendan. Espero que sientas cosas que nunca hayas sentido. Espero que conozcas a personas con otros puntos de vista.
Espero que vivas una vida de la que te sientas orgulloso. Y si descubres que no lo estás haciendo, espero que tengas la fortaleza para empezar todo de nuevo.
– F. Scott Fitzgerald
No eres la voz en tu cabeza. Mejor dicho, la voz en tu cabeza no eres tú. No realmente. Es solo el producto del funcionamiento de tu cerebro. No eres la voz en tu cabeza de la misma forma que no eres la sangre que bombea tu corazón, el ácido en tu estómago o los desechos en tu intestino.
Pero es justo esa voz la que te ha hecho pensar que es lo que eres y que eres lo que escuchas en tu mente. Un monólogo que en realidad tiene dos participantes.
El secreto está en aprender a separarte de ella. Reconocerla como algo distinto a ti, ponerle un nombre diferente al tuyo, incluso una personalidad distinta a la tuya. Y entonces, solo entonces, pueden empezar a tener conversaciones reales. Entonces pueden empezar a dialogar y puedes exigirle que solamente te dé pensamientos útiles o positivos.
Hay veces en las que las cosas no van a salir como esperas ni como creías que debían de salir. En las que a pesar de haber considerado todos los escenarios, y haber tomado todas las precauciones, las cosas se salen de control, los resultados no son positivos o alguien resulta lastimado. Hay veces en las que, a pesar de todo, termina doliendo.
Es en esas ocasiones cuando debes de aprender a perdonarte.
Puedes sentirte mal, enojarte, gritar… pero no te juzgues ni te castigues por algo de ya sucedió y que no vas a poder cambiar. Nadie puede cambiar el pasado.
Solo queda aceptar, darte cuenta de que fue un error no intencional y aprender para no repetirlo. Al final, ese tipo de cosas siempre pasan cuando te enfrentas a situaciones nuevas.